domingo, 15 de enero de 2017

RITUALES PARA INVOCAR AL TIEMPO


RITUALES METEOROLÓGICOS

EN TODAS LAS CULTURAS HA HABIDO PRÁCTICAS MÁGICAS Y RELIGIOSAS PARA INTENTAR CAMBIAR EL TIEMPO.


Aunque sus resultados no son siempre los esperados, desde hace siglos los humanos hemos venido desarrollando una serie de rituales para intentar que la meteorología, tan lejos de nuestro control, nos beneficie. Los  periodos prolongados de lluvias o la protección contra las tormentas nos han llevado a buscar soluciones en el campo de la superstición y de los ritos, algunos en desuso y otros que aún se practican en nuestros días.
La meteorología es una disciplina científica cuyas bases comenzaron a establecerse a finales del siglo XVII, aunque no adquiriría la condición de ciencia de pleno derecho hasta la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX. A diferencia de lo que pasó con otras ramas del saber, cuyo establecimiento fue anterior, los estudios meteorológicos conviven aún con numerosas creencias y rituales.
Y es que en cuestiones relativas al tiempo, hay personas que siguen guiándose por los dictados de la tradición popular. En muchos casos se trata solo de costumbres, aunque muy arraigadas. El hecho de que no tengan ningún fundamento científico no es óbice para que los creyentes y los practicantes de los distintos rituales climatológicos sigan fieles a ellos y firmes en sus convicciones, reforzándolas en algunos casos. Se trata, en su mayoría, de gente mayor del ámbito rural.

Danza de la lluvia.
Cuando pensamos en este ritual nos viene a la cabeza un indio cherokee bailando e invocando a la lluvia, pero esta danza ceremonial se ha llevado a cabo históricamente en muchas culturas, desde el antiguo Egipto hasta ciertas tribus indígenas de América. Incluso, aún ahora, se practica en determinadas zonas de los Balcanes, en un ritual conocido como Paparuda (en rumano) o Perperuna (en eslavo).



Procesiones y rogativas
De larga tradición en el mundo cristiano, sobre todo en entornos rurales donde la meteorología es fundamental para la economía agrícola. Ya sea por falta de lluvia o por exceso, se han llevado a cabo procesiones con imágenes y oraciones dedicadas a santos, pidiendo un cambio de tiempo más favorable para las cosechas.
Existen las rogativas pro pluvia (para pedir que llueva), e incluso se han llegado a realizar inmersiones de tallas de santos o reliquias solicitando la ayuda divina.
El lado más científico de estos rituales es que, gracias a las actas municipales y a capitulaciones medievales donde se recogen por escrito este tipo de acciones, los climatólogos tienen una interesante vía de investigación sobre el tiempo que hizo en una determinada época.




Esconjuros contra las tormentas


Desde la antigüedad, el miedo a las tormentas ha ido dando lugar a un sinfín de rituales destinados a la protección de los enseres y de las propias personas. Una tradición que ha perdurado en el tiempo es encomendarse a algunos santos, en particular a Santa Bárbara, la protectora contra el rayo por excelencia. Existen numerosas supersticiones, como la de hacer una cruz con sal en el dintel de la puerta de la casa, echar un puñado de sal al fuego o buscar amuletos para el esconjuro contra la tormenta, como ramas de laurel o de romero bendecidas.
Una sociedad rural con grandes dificultades para el cultivo es muy sensible a los fenómenos naturales cíclicos como las sequías, el granizo o las tormentas. Es el caso de la zona del Pirineo aragonés, donde se construyeron los esconjuraderos para albergar rituales destinados a conjurar tormentas y otros peligros que amenazaban las cosechas.
Estos pequeños templetes de piedra se erigieron desde el siglo XVI al XVIII, y alguno permanece hasta nuestros días. En este espacio, generalmente ubicado al lado de una iglesia y con una amplia panorámica del horizonte, el sacerdote y la población invocaban un tiempo más beneficioso para su agricultura.

 

Las ofrendas de huevos a Santa Clara

Aún hoy se pone en práctica por parte de alguna novia que no quiere que su día más especial se vea estropeado por la lluvia.
Este rito consiste en la ofrenda de una docena de huevos a un convento de monjas clarisas, con la  expectativa de que la santa vele por que no llueva el día de la boda.
El origen de esta tradición es medieval. En aquellos tiempos, la mayoría de las bodas se celebraban al aire libre, en el atrio de la iglesia, no en el interior del templo. Más allá del deseo de los novios por que la lluvia no estropeara un día tan especial de sus vidas, existía la superstición de que la presencia de lluvia era un signo de desgracia para el futuro.

Toques de campana para ahuyentar las tormentas
Fueron empleados hasta épocas muy recientes (mediados del siglo XIX) y se hacían para defender las cosechas y personas contra rayos y granizos desde tiempos inmemoriales.
En Castilla y León se llamaba “tocar a nublao” y se realizaba a diario desde el 3 de mayo (Santa Cruz de mayo) hasta el 14 de septiembre (Santa Cruz de septiembre). Las fechas no fueron elegidas de modo aleatorio, sino que coinciden con la época de mayor frecuencia de tormentas. Era un toque preventivo y protector contra estos fenómenos que destruían las cosechas.
 
Los graniceros del rayo, en México
Antes de la llegada de los europeos a América existían en el valle de México unos seres que se creía elegidos por Tláloc, el Señor de la Lluvia, y que oficiaban de mediadores entre él y su pueblo. Eran los graniceros.
Alguno de ellos aún perdura hasta nuestros días, y se les supone un control del tiempo y su curso, al tener un don transmitido por los dioses.
Se dice que el granicero es una persona tocada por un rayo, centella o alguna enfermedad, y si sobrevive se cree que adquiere el don de comunicarse con los antiguos dioses y pedirles su intervención para que llueva o se obtengan buenas cosechas.
Son muy respetados en sus comunidades, y en otras culturas son conocidos como chamanes, brujos, tiemperos o hacedores de lluvia.
Amuletos y talismanes contra el mal tiempo
Durante siglos han existido una serie de amuletos protectores contra las tormentas o granizos, que se colocaban en las puertas de algunos hogares o que algunas personas llevaban encima para sentirse más amparados antes las adversidades meteorológicas.
La Cruz de Caravaca (Murcia), por ejemplo, además de representar la victoria de Fernando III el Santo contra los musulmanes, cuenta con una cara B, donde su utilidad principal es un amuleto protector de tormentas.
 
En el insistente afán por protegerse de las tormentas se ha recurrido a amuletos como las llamadas puntas de rayo. Se trata, en realidad, de puntas de flechas antiguas (incluso neolíticas), pero se creía que eran las puntas de los rayos y daban buena suerte a quien las encontraba y las colocaba en los muros de los establos o en las puertas de los hogares. La creencia más generalizada en el mundo rural era que la fuerza destructora de los rayos se debía a que en su extremo existía una punta de piedra o de hierro, que al impactar provocaba la muerte de animales y personas.

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